Taller literario
Rayuela

Queridas familias, queridos amigos y amigas del espacio El Erizo y la Cigüeña

Mi nombre es Norma Acosta y coordino un taller de lectura escritura y oralidad, RAYUELA de la Tierra al Cielo de las palabras, en Buenos Aires, Argentina. Este es mi mail rebecaweis@yahoo.com.ar                       

Desde allí los invito a sumarse a una experiencia compartida, sin demasiadas técnicas ni estrategias, sólo el deseo de leer y escribir, como podamos, como nos salga, como nos guste.

Hoy comenzamos con la lectura de este cuento de Ema Wolf, escritora argentina, y a reflexionar sobre las siguientes ideas, claro, después de leer el cuento. Y luego a animarse a escribir.

La Literatura nos auxilia como otras ciencias, prestémosle atención. Compartamos experiencias y hagamos uso de la creatividad.

Nos leemos. Envíen el material a mi correo, previa presentación. Nada será publicado sin vuestra autorización.

El Cuento:
“El carretel de hilo”

En el pueblo de Faro hay cosas que cambian y todo hace pensar que seguirán cambiando, como siempre, igual que hace dos mil años, cuando el pueblo nació.
Ocurre que allí ciertos objetos no permanecen siempre bajo la misma forma. Se vuelven otros, completamente otros. Algunos incluso, nunca han podido ser pintados ni esculpidos porque mucho antes de que el artista terminara el trabajo habían dejado de ser lo que eran.
Los cambios no son imprevisibles, son regulares, no tendrán causa ni lógica pero tienen una especie de normalidad. La gente de Faro está acostumbrada a ellos: en Faro las cosas que cambian son siempre las mismas y su manera de cambiar no cambia nunca. No obstante, sería imprudente ignorar esas transformaciones.
Por este motivo las madres suelen estar muy alertas a los movimientos de sus hijos. Ellos son jóvenes, están expuestos, desconocen las vueltas y trastornos de los elementos, se confían. De o estar las madres vigilando, muchas veces chocarían con inconvenientes serios debidos a cosas que en un instante dejan de ser lo que son. No, ellas no se confían, son cuidadosas. Eso es algo que no cambia nunca: el celo de las madres. Aunque estén ocupadas en los trabajos de la casa, en varios trabajos a la vez, hay que ver la paciencia con que atienden las cuestiones de sus hijos, hasta que punto son capaces de anticiparse a los percances.
En el pueblo todas las casas tienen un patio trasero de paredes encaladas dónde la gente pasa la mayor parte del día durante todo el año. El invierno no modifica la rutina de los días. El sol calienta siempre, con el mismo parejo entusiasmo, a las personas, las gallinas, las estrechas calles de losas, los macizos de albahaca, los geranios, los pinos negros que bajan al mar.
Nina y su madre están sentadas en el patio. La madre cose. Repasa el ruedo de un vestido liviano que va a usar el sábado en la fiesta.
A Nina le atrae la caja de costura, Curiosea los hilos, las tijeras, el erizo del alfiletero, los botones esmaltados, el lío de cordones, cintas y broches que anida en la caja. Se entretiene con eso. Alinea los carreteles sobre la falda combinando a gusto los colores. El rojo es el príncipe de los hilos, en su opinión.
El carretel resbala del hueco de la falda y cae al suelo, rueda y tropieza con los desniveles del cemento, indeciso sobre qué camino tomar, salta, gira, vuelve a saltar. Nina corre para agarrarlo pero el carretel se le escapa. Brincan los dos. El carretel es caprichoso, se escurre por debajo de la puerta que lleva a la calle y trota por los adoquines. Nina lo persigue. Cuándo está a punto de atraparlo el carretel se convierte en burrito.
El burrito corre a la misma velocidad que cuándo era un carretel. En fila por el camino que rodea la viña y esquiva a unos perros que duermen. Nina quiere montarlo. Lo persigue. Galopan los dos, el burrito adelante. Cuándo Nina, por fin va a saltar sobre el loma, el burrito se convierte en una montaña.
Ahora Nina está en la cima de la montaña, sentada sobre una piedra pelada, la más alta, a caballo de la piedra. Encima de su cabeza está el cielo, puede tocarlo con la mano, en algún lugar de por ahí almuerzan los dioses, le llega el ruido de los cubiertos. Sobre la falda de la montaña está el bosque de castaños dónde Zeus acostumbra a correr en calzoncillos detrás de las ninfas. La montaña no se parece en absoluto al burrito, como tampoco el burrito se parecía al carretel. Nina siente la soledad en los oídos, el silencio en el viento que silba.
Las nubes le esconden buena parte del paisaje, pero alcanza a ver una mancha blanca mínima, allá abajo, lejos, que no ha de ser sino el pueblo donde está la casa donde está el patio donde su madre cose. Bajar le llevará tiempo, no puede calcular cuánto porque los caminos de montaña son complicados y están llenos de obstáculos.
En la montaña hace frío. Hará más frío a medida que se acerque la noche, por eso piensa que lo mejor es emprender la vuelta enseguida. Tirita. Se el erizan los pelos de los brazos. No estaba preparada para andar por las alturas. Ahora se acuerda de lo que dijo su madre:
– Si vas a jugar con el carretel rojo, mejor que busques un abrigo.

Transcribo:

“…hay cosas que cambian y todo hace pensar que seguirán cambiando, como siempre,…”

“No obstante, sería imprudente ignorar esas transformaciones.”

“Por este motivo las madres suelen estar muy alertas a los movimientos de sus hijos.”

“No, ellas no se confían, son cuidadosas. Eso es algo que no cambia nunca: el celo de las madres.”

“Si vas a jugar con el carretel rojo, mejor que busques un abrigo.”

Subrayo:

CAMBIOS Y TRANSFORMACIONES

EL CELO DE LAS MADRES

LOS CONSEJOS DE UNA MADRE

¿Quién se anima a contarnos sus reflexiones o a inventar una historia, un relato, unas sencillas líneas sobre estos tópicos hallados en el cuento? Realidad o ficción.

Si todo cambia y se transforma, ¿qué cambios vemos entre nuestra crianza e infancia y la que les damos a nuestros hijos e hijas? Diferencias, mejoras y dificultades.

¿Cuán celosas y cuidadosas somos de nuestros hijos e hijas? ¿Cuánto de ofuscadoras, obsesivas, machaconas somos?

Como Nina, ¿desoímos los consejos de nuestras madres? ¿Damos consejos, advertencias, prevenciones, admoniciones? ¿Las recibimos y las apartamos? ¿Las tenemos en cuenta?

Tres consignas, elegir una y a soltar el puño.

  1. Relato corto: “Así hacía mi madre, así hago yo”, frase final de una historia de diferencias. Real o inventada.
  2. Anécdota: “Joaquín se nos perdió en la playa”. Real o inventada.
  3. Listado: “Diez consejos innecesarios, que he recibido en mi vida”. Real, bien real.

Hasta la semana próxima. Abrazo total.  normaacosta

Queridas familias, queridos amigos y amigas del espacio El erizo y la cigüeña.

Aquí estamos nuevamente. Con un nuevo cuento y una nueva propuesta de lectura reflexión y escritura. Espero lo disfruten y participen. Envíen el material a mi correo, rebecaweis@yahoo.com.ar  previa presentación. Nada será publicado sin vuestra autorización. Disfruten del placer de escribir.

La lectura de hoy es un relato de Ray Bradbury, escritor estadounidense, y a reflexionar sobre las siguientes ideas, claro, después de leer el cuento. Y luego a animarse a escribir.

El Cuento:
“El peatón”

Entrar en aquel silencio que era la ciudad a las ocho de una brumosa noche de noviembre, pisar la acera de cemento y las grietas alquitranadas, y caminar, con las manos en los bolsillos, a través de los silencios, nada le gustaba más al señor Leonard Mead. Se detenía en una bocacalle, y miraba a lo largo de las avenidas iluminadas por la luna, en las cuatro direcciones, decidiendo qué camino tomar. Pero realmente no importaba, pues estaba solo en aquel mundo del año 2052, o era como si estuviese solo. Y una vez que se decidía, caminaba otra vez, lanzando ante él formas de aire frío, como humo de cigarro.

A veces caminaba durante horas y kilómetros y volvía a su casa a medianoche. Y pasaba ante casas de ventanas oscuras y parecía como si pasease por un cementerio; sólo unos débiles resplandores de luz de
luciérnaga brillaban a veces tras las ventanas. Unos repentinos fantasmas grises parecían manifestarse en las paredes interiores de un cuarto, donde aún no habían cerrado las cortinas a la noche. O se oían unos murmullos y susurros en un edificio sepulcral donde aún no habían cerrado una ventana.

El señor Leonard Mead se detenía, estiraba la cabeza, escuchaba, miraba, y seguía caminando, sin que sus pisadas resonaran en la acera. Durante un tiempo había pensado ponerse unos botines para pasear de noche, pues entonces los perros, en intermitentes jaurías, acompañarían su paseo con ladridos al oír el ruido de los tacos, y se encenderían luces y aparecerían caras, y toda una calle se sobresaltaría ante el paso de la solitaria figura, él mismo, en las primeras horas de una noche de noviembre.

En esta noche particular, el señor Mead inició su paseo caminando hacia el oeste, hacia el mar oculto. Había una agradable escarcha cristalina en el aire, que le lastimaba la nariz, y sus pulmones eran como un árbol de Navidad. Podía sentir la luz fría que entraba y salía, y todas las ramas cubiertas de nieve invisible. El señor Mead escuchaba satisfecho el débil susurro de sus zapatos blandos en las hojas otoñales, y silbaba quedamente una fría canción entre dientes, recogiendo ocasionalmente una hoja al pasar, examinando el esqueleto de su estructura en los raros faroles, oliendo su herrumbrado olor.

—Hola, los de adentro —les murmuraba a todas las casas, de todas las aceras—. ¿Qué hay esta noche en el canal cuatro, el canal siete, el canal nueve? ¿Por dónde corren los cowboys? ¿No viene ya la caballería de los Estados Unidos por aquella loma?

La calle era silenciosa y larga y desierta, y sólo su sombra se movía, como la sombra de un halcón en el campo. Si cerraba los ojos y se quedaba muy quieto, inmóvil, podía imaginarse en el centro de una llanura, un desierto de Arizona, invernal y sin vientos, sin ninguna casa en mil kilómetros a la redonda, sin otra compañía que los cauces secos de los ríos, las calles.

—¿Qué pasa ahora? —les preguntó a las casas, mirando su reloj de pulsera—. Las ocho y media. ¿Hora de una docena de variados crímenes? ¿Un programa de adivinanzas? ¿Una revista política? ¿Un comediante que se cae del escenario?
¿Era un murmullo de risas el que venía desde aquella casa a la luz de la luna? El señor Mead titubeó, y siguió su camino. No se oía nada más. Trastabilló en un saliente de la acera. El cemento desaparecía ya bajo las hierbas y las flores. Luego de diez años de caminatas, de noche y de día, en miles de kilómetros, nunca había encontrado a otra persona que se paseara como él.

Llegó a una parte cubierta de tréboles donde dos carreteras cruzaban la ciudad. Durante el día se sucedían allí tronadoras oleadas de autos, con un gran susurro de insectos. Los coches escarabajos corrían hacia lejanas metas tratando de pasarse unos a otros, exhalando un incienso débil. Pero ahora estas carreteras eran como arroyos en una seca estación, sólo piedras y luz de luna.

Leonard Mead dobló por una calle lateral hacia su casa. Estaba a una manzana de su destino cuando un coche solitario apareció de pronto en una esquina y lanzó sobre él un brillante cono de luz blanca. Leonard Mead se quedó paralizado, casi como una polilla nocturna, atontado por la luz.

Una voz metálica llamó:

—Quieto. ¡Quédese ahí! ¡No se mueva!

Mead se detuvo.

—¡Arriba las manos!

—Pero… —dijo Mead.

—¡Arriba las manos, o dispararemos!

La policía, por supuesto, pero qué cosa rara e increíble; en una ciudad de tres millones de habitantes sólo había un coche de policía. ¿No era así? Un año antes, en 2052, el año de la elección, las fuerzas policiales habían sido reducidas de tres coches a uno. El crimen disminuía cada vez más; no había
necesidad de policía, salvo este coche solitario que iba y venía por las calles desiertas.

—¿Su nombre? —dijo el coche de policía con un susurro metálico.

Mead, con la luz del reflector en sus ojos, no podía ver a los hombres.

—Leonard Mead —dijo.

—¡Más alto!

—¡Leonard Mead!

—¿Ocupación o profesión?

—Imagino que ustedes me llamarían un escritor.

—Sin profesión —dijo el coche de policía como si se hablara a sí mismo.

La luz inmovilizaba al señor Mead, como una pieza de museo atravesada por una aguja.

—Sí, puede ser así —dijo.

No escribía desde hacía años. Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías. Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.

—Sin profesión —dijo la voz de fonógrafo, siseando—. ¿Qué estaba haciendo afuera?

—Caminando —dijo Leonard Mead.

—¡Caminando!

—Sólo caminando —dijo Mead simplemente, pero sintiendo un frío en la cara.

—¿Caminando, sólo caminando, caminando?

—Sí, señor.

—¿Caminando hacia dónde? ¿Para qué?

—Caminando para tomar aire. Caminando para ver.

—¡Su dirección!

—Calle Saint James, once, sur.

—¿Hay aire en su casa, tiene usted acondicionador de aire, señor Mead?

—Sí.

—¿Y tiene usted televisor?

—No.

—¿No?

Se oyó un suave crujido que era en sí mismo una acusación.

—¿Es usted casado, señor Mead?

—No.

—No es casado —dijo la voz de la policía detrás del rayo brillante.

La luna estaba alta y brillaba entre las estrellas, y las casas eran grises y silenciosas.

—Nadie me quiere —dijo Leonard Mead con una sonrisa.

—¡No hable si no le preguntan!

Leonard Mead esperó en la noche fría.

—¿Sólo caminando, señor Mead?

—Sí.

—Pero no ha dicho para qué.

—Lo he dicho; para tomar aire, y ver, y caminar simplemente.

—¿Ha hecho esto a menudo?

—Todas las noches durante años.

El coche de policía estaba en el centro de la calle, con su garganta de radio que zumbaba débilmente.

—Bueno, señor Mead —dijo el coche.

—¿Eso es todo? —preguntó Mead cortésmente.

—Sí —dijo la voz—. Acérquese. —Se oyó un suspiro, un chasquido. La portezuela trasera del coche se abrió de par en par—. Entre.

—Un minuto. ¡No he hecho nada!

—Entre.

—¡Protesto!

—Señor Mead…

Mead entró como un hombre que de pronto se sintiera borracho. Cuando pasó junto a la ventanilla delantera del coche, miró adentro. Tal como esperaba, no había nadie en el asiento delantero, nadie en el coche.

—Entre.

Mead se apoyó en la portezuela y miró el asiento trasero, que era un pequeño calabozo, una cárcel en miniatura con barrotes. Olía a antiséptico; olía a demasiado limpio y duro y metálico. No había allí nada blando.

—Si tuviera una esposa que le sirviera de coartada… —dijo la voz de hierro—. Pero…

—¿Hacia dónde me llevan?

El coche titubeó, dejó oír un débil y chirriante zumbido, como si en alguna parte algo estuviese informando, dejando caer tarjetas perforadas bajo ojos eléctricos.

—Al Centro Psiquiátrico de Investigación de Tendencias Regresivas.

Mead entró. La puerta se cerró con un golpe blando. El coche policía rodó por las avenidas nocturnas, lanzando adelante sus débiles luces.

Pasaron ante una casa en una calle un momento después. Una casa más en una ciudad de casas oscuras. Pero en todas las ventanas de esta casa había una resplandeciente claridad amarilla, rectangular y cálida en la fría oscuridad.

—Mi casa —dijo Leonard Mead.

Nadie le respondió.

El coche corrió por los cauces secos de las calles, alejándose, dejando atrás las calles desiertas con las aceras desiertas, sin escucharse ningún otro sonido, ni hubo ningún otro movimiento en todo el resto de la helada noche de noviembre.

F I N

Transcribo:

“Ya no vendían libros ni revistas. Todo ocurría ahora en casa como tumbas, pensó, continuando sus fantasías.  Las tumbas, mal iluminadas por la luz de la televisión, donde la gente estaba como muerta, con una luz multicolor que les rozaba la cara, pero que nunca los tocaba realmente.”

Subrayo:

Una visión del futuro. No tan lejano.

La soledad del ser humano.

El placer de la libertad.

Este cuento publicado en 1951 transcurre en 2053 donde caminar está prohibido. Como hoy.

“Quédese en casa” No salir, no transitar. Qué momentos estamos viviendo, de cuento de ciencia ficción, o de terror. No importa el género literario. Pensemos qué maravilloso debía ser para Mead caminar, algo tan normal para nosotros. Pensemos en las ciudades superpobladas, urbanizadas, llenas de  transportes, de ruidos, de polución. Hoy solitarias, ausentes, casi fantasmas. 

¿Es necesario tanto dolor para tomar conciencia del daño que le hacemos al planeta? 

¿Cómo imaginamos el futuro?¿Solos en los hogares conectados a la tecnología? 

¿Cuál es nuestro grado de responsabilidad? 

¿Imaginamos un futuro desolador o nos cabe la esperanza?

¿Seremos peatones solitarios en ciudades como cementerios silbando para acompañarnos?

Tres consignas: Elegir una y a animarse a escribir

  1. Describir en primera persona una calle, mi barrio, mi pueblo (el real o el imaginado) en una situación como la que estamos viviendo, sin gente, sin la vida cotidiana. Unos diez renglones donde haya sensaciones e imágenes.
  2. Narrar una historia donde una familia, después de tres meses de encierro, sale a la calle y vuelve a su vida cotidiana. ¿Qué ocurre? ¿Qué harán? ¿A dónde irán?
  3. Le sumaremos al señor Leonard Mead, un perro, cómo se llamará. Qué ocurre con él cuando Mead va a ser reclutado. Otro final, ¿qué os parece?

Hasta la semana próxima. Abrazo total.  normaacosta

Queridas familias, queridos amigos y amigas del espacio El erizo y la cigüeña.

Cómo va la vida. Cómo estamos viviendo estos tiempos turbulentos y alborotados. Cuánta información, cuántos consejos recibimos. Tal vez, cerca, nos encontremos con alguna mala noticia.  Este espacio es justamente para olvidar un poco todo ello y dedicarnos al arte. El arte intenta sacar al sujeto de su delirio, sana, cura. No importan tanto las técnicas sino la expresión. Si bien un taller es un lugar de aprendizaje no es aquí y ahora nuestro objetivo transmitir conocimientos sino logar que leyendo y escribiendo pasemos un tiempo ameno, de placer, sin luchar. Desde este lado no se trata de evaluar una tarea, ni de interpretar un mensaje o de admirarlo. Se trata de reconstruir el camino que permite al lector-escritor encontrar lo que quería decir y cómo decirlo.

Envíen el material a mi correo, rebecaweis@yahoo.com.ar previa presentación. Nada será publicado sin vuestra autorización. Disfruten del placer de escribir.

“Oda al tomate” – Pablo Neruda

La calle

se llenó de tomates,

mediodía,

verano,

la luz

se parte

en dos

mitades

de tomate,

corre

por las calles

el jugo.

En diciembre

se desata

el tomate,

invade

las cocinas,

entra por los almuerzos,

se sienta

reposado

en los aparadores,

entre los vasos,

las mantequilleras,

los saleros azules.

Tiene

luz propia,

majestad benigna.

Debemos, por desgracia,

asesinarlo:

se hunde

el cuchillo

en su pulpa viviente,

es una roja

víscera,

un sol

fresco,

profundo,

inagotable,

llena las ensaladas

de Chile,

se casa alegremente

con la clara cebolla,

y para celebrarlo

se deja

caer

aceite,

hijo

esencial del olivo,

sobre sus hemisferios

entreabiertos,

agrega

la pimienta

su fragancia,

la sal su magnetismo:

son las bodas

del día

el perejil

levanta

banderines,

las papas

hierven vigorosamente,

el asado

golpea

con su aroma

en la puerta,

es hora!

vamos!

y sobre

la mesa, en la cintura

del verano,

el tomate,

astro de tierra,

estrella

repetida

y fecunda,

nos muestra

sus circunvoluciones,

sus canales,

la insigne plenitud

y la abundancia                                                   

sin hueso,

sin coraza,

sin escamas ni espinas,

nos entrega

el regalo

de su color fogoso

y la totalidad de su frescura.


A recordar:

Que la oda es una composición lírica, poética, que puede tratar asuntos de diversa índole pero en tono de alabanza. Las originales se cantaban acompañadas por un instrumento, la lira, podían ser cantadas por una sola voz o por coros. Pese a su variedad temática siempre tiende a expresar la admiración por alguien o algo.

El escritor chileno Pablo Neruda publica en 1954 la Odas Elementales, las hay de temas geográficos, dedicadas a las plantas, a elementos de la naturaleza, a seres animados e inanimados y a abstracciones. (https://cvc.cervantes.es/literatura/cauce/pdf/cauce01/cauce_01_009.pdf)


Subrayo:

Desde la forma, la métrica, tiene rima libre o sin rima, solo versos cortos, pocas palabras en cada verso. Largo poema. Señala el tiempo: estación del año, mes, hora del día. Lugar: las calles, la cocina, la mesa. Hay un conflicto además de descripción: “Debemos, por desgracia, asesinarlo:”, además se casa y se entrega a la mesa. Comparte el vocabulario con otras verduras (campo semántico). Hay descripción del tomate y mucho buen humor.

Los alimentos de cada día. Estos y aquellos que nos acompañan en la mesa, los cotidianos y los que comemos no tan seguido. Las frutas y verduras, las bebidas que nos hacen compañía mientras trabajamos, el café, el té, el vino, ¡nuestro mate! Esos placeres del paladar y aquellos que recordamos de nuestra infancia en el olfato, en el gusto, que tal vez hemos olvidado pero cada tanto aparecen, como las magdalenas de Proust. Y también las harinas, el arroz, sopas y guisos, los condimentos y sus olores que inundan nuestras cocinas. Nos guste o no cocinar los alimentos están a nuestro alrededor. Qué tal si los saludamos y agradecemos  por nuestra salud.

Una oda a algún alimento, siguiendo el ejemplo del maestro Neruda. Utilizar imágenes gustativas, olfativas, visuales, auditivas y táctiles, (no todas). Puede haber un conflicto o no, sí descripción, alguna metáfora o comparación. Agradecer y homenajear a ese alimento crudo o preparado o a esa bebida que me acompaña, me produce placer y lo comparto, o no, con los otros.  Sin más detalle. ¡Se me hace agua la boca!

Hasta la semana próxima. Abrazo total.  normaacosta

Queridas familias, queridos amigos y amigas del espacio El erizo y la cigüeña.

Llegamos al último encuentro de este espacio de lectura y escritura, por ahora. Quiero agradecer a todos aquellos que han escrito, aunque no hayan querido mostrar sus trabajos. Gracias por los buenos augurios, las preguntas y los contactos.

Hoy leeremos tres cortos textos de Julio Cortázar, uno de los escritores argentinos más afamados y conocidos en todo el mundo.

 Envíen el material a mi correo, rebecaweis@yahoo.com.ar  previa presentación. Nada será publicado sin vuestra autorización. Disfruten del placer de escribir.

Gracias a El erizo y la cigüeña por permitirme participar de su espacio. Tal vez nos volvamos a encontrar pronto. No olviden que leer escribir o expresarse por cualquiera de las formas del arte, sana y da alegría.

Historia verídica

A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caros, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto. Ahora este señor se siente profundamente agradecido, y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa, de modo que se encamina a una casa de óptica y adquiere en seguida un estuche de cuero almohadillado doble protección, a fin de curarse en salud. Una hora más tarde se le cae el estuche, y al agacharse sin mayor inquietud descubre que los anteojos se han hecho polvo. A este señor le lleva un rato comprender que los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.

Gafas rotas


El diario a diario

Un señor toma el tranvía después de comprar el diario y ponérselo bajo el brazo. Media hora más tarde desciende con el mismo diario bajo el mismo brazo.

Pero ya no es el mismo diario, ahora es un montón de hojas impresas que el señor abandona en un banco de plaza.

Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que un muchacho lo ve, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Apenas queda solo en el banco, el montón de hojas impresas se convierte otra vez en un diario, hasta que una anciana lo encuentra, lo lee y lo deja convertido en un montón de hojas impresas. Luego se lo lleva a su casa y en el camino lo usa para empaquetar medio kilo de acelgas, que es para lo que sirven los diarios después de estas excitantes metamorfosis.


Aplastamiento de las gotas

Yo no sé, mirá, es terrible cómo llueve. Llueve todo el tiempo, afuera tupido y gris, aquí contra el balcón con goterones cuajados y duros, que hacen plaf y se aplastan como bofetadas uno detrás de otro qué hastío. Ahora aparece una gotita en lo alto del marco de la ventana, se queda temblequeando contra el cielo que la triza en mil brillos apagados, va creciendo y se tambalea, ya va a caer y no se cae, todavía no se cae. Está prendida con todas las uñas, no quiere caerse y se la ve que se agarra con los dientes mientras le crece la barriga, ya es una gotaza que cuelga majestuosa y de pronto zup ahí va, plaf, deshecha, nada, una viscosidad en el mármol. Pero las hay que se suicidan y se entregan en seguida, brotan en el marco y ahí mismo se tiran, me parece ver la vibración del salto, sus piernitas desprendiéndose y el grito que las emborracha en esa nada del caer y aniquilarse. Tristes gotas, redondas inocentes gotas. Adiós gotas. Adiós.


Subrayo:

Del primer relato: “…y comprende que lo ocurrido vale por una advertencia amistosa.”, “…los designios de la Providencia son inescrutables, y que en realidad el milagro ha ocurrido ahora.”

Del segundo relato: Repetición de la fórmula “el mismo diario”, “un montón de hojas impresas”, frase final: “excitantes metamorfosis”.

Del tercer relato: Narrado en segunda persona, “mirá”. Los dos primeros narrados en tercera persona. Uso de onomatopeyas: “plaf”, “zup”. Uso de personificación: la gota de lluvia es una persona. Familia de palabras: goterones, gotaza, gotita, gotas. Elementos para tener en cuenta en nuestro trabajo de escritura que podemos utilizar.

Sobre la Providencia, los milagros. ¿Creemos en ellos? ¿No será un milagro vivir cada día en lugar de creer que los milagros no existen o existen cada tanto o a seres especiales?

¿Qué cosas cotidianas sufren transformaciones, metamorfosis? Me pregunto cómo llegó mi querida camiseta de algodón blanca a ser un barbijo para la pandemia. ¿Qué otras cosas transformamos? Qué asombrado está el narrador con una gota de lluvia. ¿Qué otras notas de la naturaleza nos llaman la atención? Miremos a nuestro alrededor, algún insecto, alguna planta, el humo de un sahumerio, los sonidos que escucho a diario y tal vez no les presto atención. Todo puede personificarse.

No necesitan escribir sobre todos los textos. Pueden elegir solo uno o dos. Pueden narrar micro relatos, historias pequeñas. El narrador puede ser en tercera o primera persona. Piensen que están tomando una foto o varias sobre una imagen que narrarán. No teman escribir parecido al autor, de eso se trata, al estilo de …Como el dibujante o el pintor primero copian y mucho hasta adquirir su propio estilo, lo importante de escribir es leer, leer y leer y luego lanzarse a escribir sin miedo y para gozo personal.

Espero sus producciones como cada semana. Gracias por estar. Hasta pronto. Abrazo total. normaacosta